Acerca de la inteligencia animal.
En la primera mitad de los años noventa, nos compramos un perro, un Doberman. Suena amenazador, pero por aquel entonces era un moco diminuto, tenía cuarenta días y cabía en la palma de mi mano. Le construí una perrera en el pasillo con la carcasa de un televisor grande de bombillas. El perro se instaló felizmente en ella y vivió allí hasta que se le quedó pequeña.
En aquella época mi mujer estuvo bastante tiempo sin trabajar, pero luego encontró y empezó a salir de casa por la mañana, como yo. El perrito se quedaba solo todo el día y lo odiaba. Tenía entonces unos ocho o nueve meses, un adolescente para los estándares perrunos. Y decidió, con toda su capacidad e inteligencia, luchar contra esa actitud bestial hacia el animal.
Llevaba toda la vida yendo a trabajar, se acostumbró, así que se centró en su mujer.
Primero mordisqueó los zapatos alemanes, comprados hacía quince días por 60 libras, con los que ella iba a trabajar. Quien recuerda, en aquellos tiempos pobres el dinero no era poco. De niño sólo recibió una reprimenda oral, pero sin eso se dio cuenta de que no se trataba de zapatos – su mujer se fue a trabajar en otros. Por cierto, después de eso no ha vuelto a estropear ningún zapato en su vida.
Entonces se dio cuenta de que su mujer se iba con un bolso y por la noche le mordió la bandolera. Al día siguiente mi mujer se fue con otro bolso y por la noche se repitió el patrón. Reparé los bolsos lo mejor que pude. Por suerte, los dientes del chico eran muy afilados y no mojó la piel, sino que de un mordisco los cortó como unas tijeras.
Al tercer día, por la mañana, mordió el cinturón delante de mi mujer cuando se estaba poniendo el abrigo. No hubo tiempo para un enfrentamiento, y su mujer lo observó y simplemente cogió el contenido de una bolsa a otra y se marchó. Por la noche, cuando me acosté, el bolso estaba a salvo.
Por la mañana, me levanté temprano, salí al pasillo y vi la llave de la puerta principal de mi mujer tirada en el suelo. ¿Por qué tiraba las llaves? Me agaché a recogerla y vi que había algo debajo de la caseta del perro. Metí la mano y saqué una polvera, un pintalabios, sombra de ojos, pasaporte, cuaderno, bolígrafo, etc., etc. En resumen, el surtido completo del bolso de una señora. Todo estaba intacto, nada se había estropeado.
El bolso estaba allí mismo, sobre la mesilla de noche, y la solapa estaba cubierta con velcro. El perro, al darse cuenta de que no era el bolso sino el contenido, abrió la solapa por la noche, sacó absolutamente todo y lo escondió debajo de su perrera. Se le debió caer la llave plana y no pudo cogerla después con los dientes. Si no fuera por la llave, no sé si habríamos adivinado que la pérdida de mi mujer se encontraba exactamente ahí e incluso habríamos pensado que no se trataba de una pérdida, ni de un robo, sino de una forma de protesta canina.
Después de eso, el perro se reconcilió y no volvió a hacer intentos de detener a su mujer. Se limitó a saludarnos desde el trabajo con un chillido alegre con un ligero toque de reproche:
– Aquí, tú andas fuera todo el día, mientras yo, pobre hombre, estoy encerrado y solo.
Lo interesante es que el cachorro juvenil pasó, en términos científicos, por tres ciclos completos: planificación del experimento – realización del experimento – evaluación de los resultados – corrección del plan en función de la evaluación.
Y dices: el perro de Pavlov, reflejos…
Fuente: storyfox.ru
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